domingo, 11 de julio de 2010

Un tropezón

Hola amigos blogonautas. Hace casi un mes que llegué a esta ciudad (los adjetivos para describirla vendrán, en grandes cantidades, pero más adelante) y las ganas de escribir siempre estuvieron, sólo que no encontraban salida. La puerta de mi cerebro estaba ocupada por huelgas de sensaciones que decidieron aparecer todas juntas, al mismo tiempo; y luchando por salir, bloquearon un poquito mi creatividad...

La ciudad me recibió con un sol radiante, y habiendo venido de un lugar donde los besos y los abrazos nunca se acaban ni se mezquinan, aún siendo extraños los interlocutores, ese mismísimo sol fue el que me abrazó todo el día. Caminé por Manhattan con mucha soltura, con mucha pertenencia. Ese día, me sentía una new yorker. Sabía que esta no iba a ser como las visitas anteriores, que en unos días quería absorber todo lo que tenía para ofrecerme. Esta vez, los días eran meses, y podía hacer todo lo que quisiera.
Por supuesto, unos días después empezó a decaer semejante emoción. Golpe que esperaba, pero debo admitir que temía muchísimo. Llegó el dolor de extrañar, de sentir que esto es demasiado para mí. La búsqueda de departamento se convirtió en una actividad extremadamente frustrante, llena de rechazos, de decepciones, de ilusiones, y nuevos rechazos. No puedo, no puedo, qué hago acá? Llantos, pataleos, y muchos recursos para decargar las emociones (incluyendo conversaciones con mis pobres padres y amigos que recibieron mi llanto sin poder hacer algo para detenerlo al estilo latino, con un abrazo), hicieron que de a poco todo eso fuera pasando. Era una montañita que había que cruzar, y la crucé.
Conseguí un departamento justo en el lugar que quería y terminé conociendo a unas chicas que se convertirían en mis amigotas acá en Brooklyn. Grace (que es la que deja el departamento, pero duerme acá por lo menos dos veces a semana y vive acá a 10 cuadras...)y Dash, mi roomate, una australiana con quien nos reimos mucho y compartimos conversaciones sobre aquejos similares...el universo es uno solo y las alegrías y dolores son compartidos y siempre los mismos...
Conseguí un trabajito que mantenía mi mente ocupada y lo cambié por otro que aunque tiene una cuota de frustración enorme (vender tickets para shows de comedia, en la calle, en times square), siento que me va a enseñar muchísimas cosas.

Lo más importante de todo, es la libertad. La suerte enorme de tener la libertad de elegir estar acá, y que puedo hacer lo que quiero y lo que sueño.

Cada tropezón, no es caída. Y cada tropezón, por suerte, viene acompañado de una risa, de un salto, de una tirada en el pasto mirando el cielo, de una sentada en la escalera de mis sueños, de una vista alucinante de brooklyn en el techo del edificio de dos pisos, de confusiones idiomáticas, de sentarse en el cordón a charlar con un extraño, de aprendizajes que van a ser eternos.

Hoy, estoy bien. Ni triste, ni exhuberante de felicidad. Pero no es así la vida? No vine de vacaciones, vine a vivir una porción(cita) de mi vida en este lugar. Vine a aprender. Vine a divertirme. Vine a crecer. Vine.

Los extraño muchísimo a todos los que hacen de mi vida un todos los días, pero estoy bien. Es un aprendizaje de estar con uno mismo. Pero no les voy a mentir, aunque Nueva York sea hoy todo lo que tengo, a mi corazón le falta un pedacito, o como se dice en mi hermosísima Córdoba...un cacho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario